De regreso a casa…

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Raúl Palma H.

Coach de Naturaleza y creador de la iniciativa The Forest Therapy

Los eternos atardeceres de la costa guatemalteca, el sonido del viento resoplando, el aire cálido que parecía darnos la bienvenida en la etapa final de la cabalgata, me hicieron retomar aquella vieja enseñanza de Thoreau traducida en palabras del Dr. Schuster: "no hables, detente, escucha, percibe, respira y admira lo que te rodea; es vida pura en movimiento".

Esta reflexión me ha acompañado durante los últimos 25 años, y he encontrando en el silencio de la naturaleza, los procesos más profundos de introspección, juego, re-creación y re-encuentro espiritual. Este último, ha sido el más obvio y a la vez el menos comprendido, hasta ahora…

Pero fue muchos años atrás, antes de saber que senderos esperaban por mi, que descubrí mi afinidad por los elementos de la naturaleza, y son estas experiencias las que quiero plasmar como parte de mi propia re-creación. En mi niñez lo cotidiano era caminar en un bosque; cortar tamarindos de los árboles y comerlos en ese momento; bañarse en un río y sentir los pequeños peces morderme suavemente la piel; recibir una corriente de agua fría sobre la cabeza; sumergirme en una poza; caminar sobre las rocas o bien simplemente sentarme frente al río y observar su interminable paso.

Fue en el sur de Guatemala, cerca del Pacífico, donde mi tío tenía una finca de ganado. Muy cerca del rancho había un río al que visitaba siempre que iba, era como saludar a un viejo amigo, conversar y escuchar sin juicios, sin interrupciones, de forma recíproca,  En la mitad del camino había una gigantesca ceiba, siempre me detenía frente a ella y la observaba de la base a la copa, en lo personal pensaba que tenía frente a mí al guardián del lugar, o tal vez al espíritu del viejo sabio de una antigua civilización que acaso había permanecido entre las líneas del tiempo para hacerme un recordatorio de lo trascendental en la vida: el agradecimiento de simplemente ser y estar.

Después de un momento continuaba con mi camino, era como haber cruzado un portal. A partir de ese momento ingresaba en otra realidad, era solo el presente, no había espacio para pasado o futuro, la vida estaba ocurriendo en ese mismo instante, tal como siempre. De pronto un fuerte sonido se escuchaba a medida que caminaba y descendía por una pequeña pendiente, era el inevitable choque del agua con las rocas. El río, el Naranjo, hacía su aparición, frente a mí la emoción más grande que sentía cada vez que llegaba a aquellos parajes se hacía realidad. Hoy, entiendo que aquella extraña y agradable sensación era simplemente la libertad de desplazarme.

La naturaleza del río es simple, fluir para vivir, soltar para avanzar, un mensaje claro y transparente para quien quiera asumirlo.

El río, un flujo que transporta la “sangre del planeta” en sus cauces, pasó dejando un mensaje simple y poderoso: para que un río viva y lleve vida debe fluir, por lo tanto, debes fluir para seguir viviendo. Por momentos, permitiéndonos reducir la velocidad, o bien detenernos momentáneamente para ver hacia atrás y agradecer el camino recorrido, pues ha sido parte de nuestro aprendizaje. De la misma manera que el río se detiene por momentos, o bien choca con alguna roca gigante y cambia de rumbo sin complicarse, nosotros también podemos cambiar de rumbo cuando sea necesario para continuar fluyendo. La naturaleza del río es simple, fluir para vivir, soltar para avanzar, un mensaje claro y transparente como el agua para quien quiera asumirlo.

Me sentaba frente a una pequeña poza formada por la misma corriente, había peces, camarones e incluso cangrejos. El Naranjo era el mejor ejemplo de la vida en su representación más pura, rodeado por un bosque de galería, el eterno acompañante de este cuerpo de agua, era una pequeña porción de vegetación que había logrado sobrevivir a los extensivos monocultivos y sobrepastoreo de la zona; era un claro recuerdo de la exuberancia que en su momento existió en aquel lugar. En lo personal pasaba horas observando aquel espectáculo, sentado en una roca o amarrándome las cintas de unos tenis viejos que me servían para caminar dentro del río, o simplemente acostándome sobre las rocas para dejar que la corriente suave pasará sobre mi cuerpo, esto era posible en la época seca cuando el caudal era considerablemente más bajo.

Caminar contra la corriente era un esfuerzo muy agradable y reconfortante para mis piernas, a veces ir en contra de la corriente no es malo, sino todo lo contrario. Mí padre me decía cada vez que bajaba al río: a ti hay que buscarte río arriba, frase que me acompañará siempre, y que me ha mostrado una y otra vez lo mucho que me conocía. Aquella afirmación era cierta, caminaba en contra de la corriente por un largo período de tiempo hasta llegar a mi poza favorita. Subir a la roca y lanzarme una y otra vez, sintiendo en cada impulso el aroma de la vida, cada salto al agua era una escena nueva que mi mente construía, fuese una batalla, o bien huir de un peligro inminente teniendo como última opción el salto al vacío, en fin, imaginación era lo que menos faltaba.

La naturaleza es en sí misma una fuente inagotable de creatividad.

Luego de un tiempo me dejaba llevar por la corriente, no pensaba en nada, solo sentía cada sensación en mi cuerpo, escuchaba cada sonido, observaba cada detalle, volviéndome uno con el agua, atesorando cada momento, recordando que un buen Cáncer se siente en casa cuando esta en agua y entre los suyos, eso era para mi estar en aquel paraje. Finalmente, había regresado a casa.

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